Antes de que nadie empiece a buscar el origen del nombre “peña Ricardo” suponiendo que se trate de un topónimo tradicional, he de decir que esa es la manera en la que yo la identifico de manera personal. A esta peña acudía con cierta frecuencia en mi adolescencia/juventud con quien me la descubrió, mi buen amigo Ricardo, y a él siempre la he asociado y uso su nombre para distinguirla en mis anotaciones personales de otras peñas de la zona. Este bolo para nosotros era un “secreto desvelado”, un “rincón oculto” al que volvíamos y que mostrábamos al resto de los amigos como quien desvela un oculto tesoro que merecía ser presentado con los honores de una maravilla de la naturaleza. Por eso os pido que me permitáis “el bautismo” de este lugar en pos de la engañosa nostalgia de juventud.
Una vez hecha la necesaria aclaración, vamos a visitar esta roca semiesférica, parcialmente hueca y que se sitúa ligeramente apartada del núcleo más conocido encabezado por las Peñas del Tesoro, en dirección NE. El acceso al interior es amplio (unos 52cm), si lo comparamos con otras rocas del estilo que ya os he mostrado en otras entradas. La altura en el interior supera los dos metros y medio y en la lancha en la que se sostiene podemos apreciar grabados en forma de cazoletas, aproximadamente unas quince.
He de reconocer que en las incursiones de juventud que os comentaba, no llegué a identificar nada más que los grabados y tímidamente intuía formas caprichosas que yo atribuí siempre al óxido propio del granito, sin saber que estaba delante de un impresionante conjunto pictórico monocromo, que por desgracia, se encuentra en un estado lamentable de conservación por lo fácil que se sueltan los fenocristales de la roca, la suciedad, las hogueras y la cantidad de personas que acceden a su interior sin saber, como me pasaba a mí, que guarda un tesoro que en ocasiones se toca con la mano, se roza con la ropa, las mochilas…
Fue al leer “Pinturas y grabados rupestres esquemáticos del Monumento Natural de Los Barruecos. Malpartida de Cáceres” de M.ª Isabel Sauceda, cuando descubrí que aquella masa granítica, que siempre me había parecido tan mágica, escondía una cantidad enorme de pinturas rupestres de enorme interés. En esta obra se describen dos paneles exteriores que no logro localizar y otros dos interiores que denominan como "inferior" y "superior" y que circundan todo el perímetro de la oquedad a modo de anillos imperfectos casi paralelos, unidos en diferentes puntos por figuras intermedias.
Del panel inferior se distinguen, incluso a simple vista sin necesidad de aplicar filtros, varios pectiniformes y algún ramiforme. Una vez aplicado el software específico, podemos contemplar varios tipos de antropomorfos y alguna asociación de antropomorfo y zoomorfo, así como innumerables líneas que no logramos identificar por el precario estado de conservación. Ahora os muestro una serie de fotografías donde la primera de cada par es la imagen sin tratar y la segunda con los filtros que revelan las pinturas.
Otra asociación humano/animal es el elemento que más destaca en el panel superior, aunque la figura antropomorfa está casi desdibujada y solo podemos intuirla en su totalidad.
Lo curioso es que, tras analizar las imágenes tratadas con filtros específicos para pinturas rupestres, por debajo y a la derecha de este elemento destacado parece verse un gran soliforme que no se describe en la bibliografía mencionada. Evidentemente no seré yo quien intente rectificar a los verdaderos expertos y posiblemente se trate de una cuestión de la perspectiva o el filtro usado, pero el soliforme parece verse con bastante claridad.
En otras zonas de la roca pueden apreciarse más pinturas con facilidad.
Hoy solo os quería acompañar al interior de esta oquedad que guarda la sorpresa y emoción de los dibujos que allí plasmaron nuestros antepasados, y en mi caso, además, los recuerdos, probablemente idealizados, de felices excursiones de juventud. Espero que os acerquéis a conocerla para dejaros sorprender por la belleza que hoy os quise mostrar, Al Detalle.