“Una noche, al salir del teatro, me encontré en un café con García Lorca. Me saludó afectuosamente, y me felicitó por mi éxito. Al despedirnos no podía sospechar el trágico final que le aguardaba. Sin saberlo, era un último adiós”
FUNDACIÓN MIGUEL DE MOLINA. Op. Cit, p.9.
Hoy os quiero contar, Al Detalle, la historia de la reclusión del famoso cantante de copla, Miguel de Molina, en la ciudad de Cáceres en el año 1940, tras acabar la Guerra Civil, y poco antes de marcharse para siempre a su exilio americano. Pero antes de llegar a este episodio cacereño, recorreremos la apasionante y triste vida de este gran artista.
“Vengo yo al mundo mientras en España reina Alfonso XIII y en Andalucía en particular, reinan la pobreza, el hambre, los terratenientes, gran parte del clero, la ignorancia, la superstición…Un caldo de cultivo para la guerra civil que llegaría con el tiempo”
MOLINA, Miguel. Op. Cit. p. 16.
Miguel Frías Montañés nace en Málaga el 10 de abril de 1908 y fallece en Buenos Aires el 4 de marzo de 1993. De familia pobre, y para ayudar a su madre, Miguel deja el colegio y acepta cualquier trabajo hasta conseguir uno de repartidor de telegramas. Un día lleva uno al gran poeta Salvador Rueda, donde encuentra unos versos del que será después su admirado Federico García Lorca. Miguel de Molina, con tan solo trece años, descubría su pasión vital por el arte al acudir al teatro malagueño Vital Aza, en el que actuaba una compañía de variedades de la mano de la cupletista Salud Ruiz
“El mundo del teatro me fascinó. Fue un caso de amor a primera vista, que ya no me abandonaría jamás. Con 13 años ya decidí que sería artista”
Como veía que en Málaga no lograba prosperar, “con un hatillo de ropa al hombro, me largué a la carretera rumbo al sur, y en el carro de un melonero llegué a Estepona. Allí pasé un año limpiando copas y sirviendo en un bar. Por las noches me dormía llorando pensando en mi madre y mis hermanas”. Posteriormente entró al servicio de una casa de prostitución como “chico de los recados”. Fue el momento en que recibía su primera clase sobre cante jondo. Pepa, que era la administradora de la casa para la que trabajaba, le llevó a la Primera Fiesta de Cante Jondo (1922) organizada en Granada por Manuel de Falla y Federico García Lorca. Como él mismo dijo:
“Aquello fue maravilloso, tuve la oportunidad de ver por primera vez a Federico [García Lorca]. Yo tenía 14 años y él 24 (…) y ya sentí una extraña fascinación por aquel hombre que sería tan importante en mi vida y mi arte”.
Miguel permaneció al servicio de la mancebía de Pepa “La Limpia”, hasta su fallecimiento en 1927. Fue a partir de este momento cuando decidió instalarse en Sevilla para intentar, una vez más, hacer hincapié en su aventura artística. Miguel de Molina, se abrió paso en la noche sevillana de las juergas flamencas, ofreciéndose como organizador. Su arte para la provocación, para no dejar a nadie indiferente, pero sobre todo de adaptación y constante aprendizaje, le llevó a ver la obra de los más y mejores reconocidos bailaores y cantaores.
Su ansia por encontrar su hueco en la cuna del arte, le llevó a viajar hasta Madrid en 1930. Tras marcharse a la mili y no terminarla, regresa a la capital donde comenzaría su fructífera relación con Soledad Miralles:
“Fue en ese 1931 cuando conocí a una artista genial, Soledad Miralles, la que me propuso que fuera su compañero como bailarín y logró que debutáramos en el Teatro Romea (…). Entonces nacieron mis famosas blusas que diseñé y cosí yo mismo (…) y contribuyeron, por su originalidad al éxito fenomenal que obtuvimos. Y ahí comenzó una carrera en serio.”
En ese momento comienza a despegar la carrera de Miguel de Molina, representa El Amor Brujo de Falla junto a la Argentinita, esto le lleva al Teatro Español, posteriormente a colaborar con Amalia de Isaura de la que se haría inseparable hasta su exilio en 1942.
Miguel comienza a desarrollar el que sería su repertorio durante muchos años, destacando El día que nací yo, Triniá, Te lo juro yo, La bien pagá y Ojos Verdes. Al estallar la Guerra Civil en 1936, el artista entró al servicio del bando republicano, al que ofreció numerosas actuaciones en el frente de Valencia. Pese a todo, tanto Amalia de Isaura, y especialmente Miguel de Molina, consiguieron un contrato de trabajo, por el cual actuarían para el nuevo régimen, recorriendo toda la geografía española por un sueldo diez veces menor de cuanto habían cobrado hasta entonces.
Pero Miguel decide no renovar este contrato con el régimen, así una noche, a la salida del Teatro recibe la visita de tres individuos que le obligan a subir a un coche manifestándole que tienen orden de llevarle a la Jefatura Superior de Policía pero el vehículo seguirá hasta un descampado del Paseo de la Castellana donde Miguel de Molina es brutalmente torturado: le arrancan el pelo a jirones, le rompen varios dientes y le desfiguran completamente la cara mientras le gritan “esto por rojo y maricón”, como aseguran que pasó en el caso de Federico García Lorca, antes de fusilarlo. Probablemente quienes le propinan la paliza lo dan por muerto, razón por la que salva, a pesar de las lesiones, la vida.
A pesar de la prohibición de actuar sigue haciéndolo por los teatros de Madrid y Valencia. En marzo de 1940 tras una actuación en el Teatro Cómico de Madrid, recibe la visita de la policía que le notifica que debe irse de la capital. Ahí empieza el confinamiento cacereño del artista, que se ve obligado a no trabajar y a acudir a la comisaría para fichar y estar localizado. Al parecer el régimen intentaba mantenerle en un lugar aislado y lejos del mar, y Cáceres parecía el sitio idóneo. Se alojó en el hotel Álvarez, el inmueble que ahora ocupa el hotel Alfonso IX, en la calle Moret y Parras.
En una larga temporada en 1940 y parte de 1941 permanece en Cáceres, aquí mantiene poca vida social, aunque sí se relaciona con Juan Solano, quien por aquel entonces era alférez de la falange. Fue también en este destierro donde afianzó su ya patente pasión por la lectura. Es quien le recomienda al maestro Solano que se ponga en contacto con Concha Piquer y le haga llegar su música, iniciándose así el despegue de la carrera de nuestro compositor más importante.
En 1942 recibió una oferta de trabajo de Lola Membrives en Buenos Aires, fue así como el 23 de octubre de 1942, Miguel de Molina ponía rumbo a Argentina. En la capital argentina triunfa allá donde actúa y adquiere una casa. Sin embargo, un día recibe una orden de que debe abandonar el país, por orden de la embajada española, y es extraditado sin más explicaciones. Estuvo en España entre 1943 y 1945. Al llegar 1944, y tras, al parecer, un breve viaje a Madrid, Miguel decide instalarse en Barcelona donde permanecerá dedicado al comercio de antigüedades durante todo 1944, realizando breves viajes a Valencia en los meses de marzo y septiembre. En 1945 decide exiliarse en Méjico. En 1957 vuelve a España y recorre toda la geografía española actuando, aunque tiene que aguantar todas las crónicas que en su contra se escriben por su condición de homosexual y republicano, con toda clase de mofas y desprecios, por lo que regresa a Argentina, entristecido, para no volver a España, donde murió, y fue enterrado en el cementerio de la Chacarita con grandes honores, lejos de su Málaga natal. En 1992 se le concedió la Orden de Isabel la Católica, y él aseguró que “la reparación que quería simbolizarse en la medallita me llegaba demasiado tarde. De 1940 a 1992 España tardó cincuenta y dos años en darse cuenta de que habían tronchado la vida de un hombre que hubiera querido crecer artísticamente y desarrollarse en la tierra en la que nació”.
EL HOTEL ÁLVAREZ (Hoy llamado Alfonso IX)
El hotel Álvarez era el más prestigioso de la ciudad en aquellos años, y uno de los primeros hoteles modernos de la ciudad, alejado de las pensiones y paradores que había en esa época en Cáceres. Fue fundado en mayo de 1936 por Antonio Álvarez, (1898-1967), nacido en Belmonte de Miranda, concejo de Asturias, en las cercanías de Cangas del Narcea. Ya muy joven consiguió ser pinche del PALACE de Madrid. Cuando regresa del servicio militar su puesto ya estaba cubierto y no puedo volver a él. Entonces le informan de la plaza disponible en el Hotel Nieto de nuestra pequeña capital de provincia, y a él se viene entonces. El 1 de abril de 1929 inaugura una casa de comida por su cuenta, en un “traspaso” de la Casa de Comidas “La Neutral”, en la calle General Ezponda, número 14, propiedad de la familia Rincón. La amabilidad, el trabajo y la buena cocina llevaron a Antonio Álvarez a ostentar una gran fama tanto aquí como en toda la provincia, convirtiendo su restaurante en un referente.
Uno de los clientes habituales y amigo de la familia, fue Federico Rodríguez Serradell, que sería el coronel jefe del Regimiento “Segovia 75”, de Cáceres, que fue quien convenció a Antonio Álvarez para que abriera el hotel que llevaría su apellido. Mayo del año 1936 fue la fecha elegida para inaugurar el que sería en aquellos momentos el mejor hotel de la ciudad. El establecimiento se convirtió en el referente para las compañías y artistas que actuaban en el Gran Teatro, para viajantes y todo tipo de viajeros. En 1999, ya con el nombre de Alfonso IX, empieza a ser gestionado por las personas que lo siguen haciendo aún ahora y que han sabido convertir este céntrico lugar en un hotel con encanto, de trato cercano, al que casi todos los viajeros suelen recurrir si ya lo han probado alguna vez, y que como la mayor parte de los cacereños, desconocen, que en una de sus habitaciones estuvo confinado uno de los más importantes cantantes de copla de nuestro país, y que en el hueco de un azulejo de uno de sus baños, se guardaron cartas comprometidas que nunca sabremos qué decían para que el artista volviera urgentemente a por ellas para que no fueran descubiertas por las autoridades franquistas. Hoy solo os quería contar este DETALLE de la historia de nuestra ciudad, y recordar en su 110 aniversario, al desaparecido Miguel de Molina.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
LA COPLA Y EL EXILIO DE MIGUEL DE MOLINA (1942-1960). ELSA CALERO CARRAMOLINO