Corsé. Siglo XIX. Donación de D. Fabriciano Valiente Blas (1983)
Los humanos somos seres sociales, esto significa que nos relacionamos con nuestros semejantes, estas relaciones se organizan conforme a unas reglas y restricciones. Por ello la indumentaria nunca será neutra, estará inscrita en un sistema social que determina su forma y el uso.
El traje comunica una información sobre la persona que lo lleva, indica que ella está inserta en una sociedad determinada, amoldándose a su conducta, en este sentido es portador de una clara expectativa. El traje afirma y engaña, esconde y revela, protege y descubre. Esta ambigüedad de funciones, esa diferencia entre ser y parecer, abre un espacio en el cual el Arte va a poder intervenir, siendo un referente para la inspiración.
Ya desde los transparentes vestidos del Antiguo Egipto, hasta los modernos jeans, la humanidad no ha usado solo la ropa para cubrir su cuerpo, sino para destacarlo, e incluso para insinuar el desnudo; en definitiva, para dejar abierta una puerta al erotismo. Cubrir el cuerpo no es solo una imposición climatológica o moral, la función de la moda ha sido acumular referencias, accesorios, prótesis y demás ingenios para destacar esta característica humana, que en muchas ocasiones la moral y las conveniencias sociales suelen tratar de esconder.
Si hacemos un breve repaso para ver cuál ha sido la función del corsé en el tiempo, comprobaremos que al principio era una especie de corpiño interior, que fue evolucionando con diferentes formas y funciones. La historiadora Valerie Steele en su libro “El corsé: Una historia cultural” afirmaba: “El corsé es probablemente la prenda más controvertida en la historia de la moda…. Lo que para algunas mujeres era un atentado contra el cuerpo, para otras era un símbolo de estatus social, disciplina, respeto, belleza, juventud, erotismo y arte”.
En el Renacimiento el hombre es el eje central del mundo, y el cuerpo es una forma de expresarlo, así su vestuario estará enfocado unas veces a insinuarlo y otras a embellecerlo. En la Corte española del siglo XVI el corsé estaba hecho de tela rígida, cuya función era moldear el tórax oprimiendo el pecho; fue una prenda importantísima, la curva natural del busto era considerada poco bella, se valoraba la silueta femenina alargada en el talle, algo parecido a la forma de un cono invertido. Un ejemplo de corsé al que siempre se hace referencia era el de Catalina de Medici, que comprimía el talle 32 cm.
En el siglo XVII la silueta seguirá siendo cónica, la novedad son los pequeños paneles decorativos que se colocaban en la parte baja, los llamados faldones recortados. En el XVIII perdura la silueta cónica, aunque se incorpora “La pieza del estómago”, en muchos casos de quita y pon, que solía estar ricamente adornada en la parte delantera.
En Francia, tras la Revolución, el corsé desaparecerá desde 1795 hasta 1805, la mujer, influenciada por las nuevas ideas políticas intentará vestirse como en la antigua Roma, evolucionando hasta el talle Imperio. A partir de 1810 se vuelve a poner de moda, pero evolucionado de una forma completamente diferente, deja de ser cónico para pasar a ser curvo, es ancho en las caderas, reduce la cintura y ya no aplasta los senos, una silueta tipo reloj de arena. A principios del siglo XX el cuerpo femenino estaba muy comprimido por el corsé y se adaptaba a la silueta artificial en forma de “S”, que realzaba el busto y las caderas y estrechaba al máximo la cintura. El inicio en el cambio de concepto se debe al modisto francés Paul Poiret, que lo eliminaría a partir de 1906, recogiendo las primeras teorías de liberación de la mujer y las nuevas influencias de los estudios sobre higiene y salud.
Poiret presentó el vestido sin corsé y con cintura alta en 1906, cuando la silueta en forma de “S” todavía era popular. Con ello empezaba a insinuarse el cambio de las ostentosas formas artificiales del siglo XIX a un estilo revolucionario que destacaba la belleza natural del cuerpo. El resultado fue una gran transformación de la moda. Aunque evidentemente el corsé no desaparecería de la noche a la mañana, sí podemos afirmar que durante los años de la Primera Guerra Mundial el nuevo estilo de Poiret lo sustituyó por completo.
Para concluir podemos afirmar que mantener un canon de belleza tan deformante y antinatural obligaba a las mujeres, y a veces a los hombres, a múltiples torturas y sacrificios, ocasionándoles muchas veces enfermedades. Desde pequeñas las niñas estaban obligadas a usar corsé, incluso llegaban a colocarse durante la noche unas placas metálicas de plomo sobre el pecho, con el fin de atrofiar su crecimiento. Estas prácticas no solo conseguían la hipertrofia del pecho, sino que causaban el desplazamiento y la malformación del estómago y del hígado. Desmayos, rostros blancos y enfermizos eran muy frecuentes entre quienes seguían estas prácticas. Poco importaban los consejos y recomendaciones de los médicos para eliminarlas de las costumbres femeninas. En el siglo XVIII, uno de los dandis más famosos, el escritor Lord Byron, tenía un lema: “La apariencia por encima de todo”.