Recientemente estaba leyendo el trabajo titulado “EL PATRIMONIO HISTÓRICO-ARTÍSTICO DE CASAR DE CÁCERES Y SU ENTORNO ARQUEOLÓGICO” de José Antonio Ramos, Óscar de San Macario y Rosa María Holgado, donde se habla, entre otras muchas cosas, del privilegio que Sancho IV “El Bravo” otorga el 18 de febrero de 1297 a la población del Casar, por el cual dispondrían de un término de media legua alrededor del núcleo poblacional, es decir, Sancho IV otorgada al Casar la “independencia” de la ciudad Cáceres de la que había dependido hasta ese momento. En este privilegio se establecían los límites de la población, que coindicen, en gran medida, con los límites actuales. Entre ellos se encuentran al sur la Dehesa Boyal, la Cañada Alta y la Dehesilla. Al oeste el Pantano Viejo, al norte el Olivar del Pozo Madero y al este el Molino de San Caín. Inmediatamente me llamó la atención que al “controvertido” Caín se le hubiera hecho santo y que existiera en la zona un riachuelo y un molino con ese nombre. Me temía que el molino ya no existiera y lo busqué en las imágenes de satélite y en distintos mapas y resultó que sí que se conserva y que no está a gran distancia del propio pueblo. No tardé en subirme a la bicicleta y en una fría mañana del enero de un 2021 recién estrenado, me dirigí en busca de este viejo molino con un nombre tan interesante.
Según salía de la localidad por la Calle Monfragüe, los vecinos me miraban con extrañeza. Supongo que esa no será ruta habitual de ciclistas y menos aún en una mañana que no pasaba de los 0ºC. Tras recorrer unos cientos de metros tras superar la A66 por un paso elevado, tomo el camino de San Caín e inmediatamente veo a lo lejos al viejo molino de gravedad. Dejo la bici en el propio sendero y las ovejas de la finca adyacente se acercan por si soy la persona que les echa de comer. Tras la decepción de ser simplemente un señor en mallas que no les iba a echar de comer, me empiezan a ignorar y se alejan con cierto desdén. Me intento acercar para entrar al propio molino, pero se me hace imposible por la maleza y lo resbaladizo de las grauvacas, esquistos y pizarras que conforman el terreno. Así es que me limito a recorrerlo con cierta distancia, pasar por el muro de la vacía charca de San Caín y disfrutar de una construcción de unos 90 metros de longitud que sería útil para recoger el agua de las lluvias del invierno y permitiría mover las ruedas de este molino de cubo, de pequeñas dimensiones. Muy probablemente esta infraestructura no fuera funcional en épocas estivales por la poca entidad de la propia charca. Si nos fijamos en el Interrogatorio de la Real Audiencia de Extremadura de 1790, cuando se refieren a Casar de Cáceres, detalla la existencia de varios molinos de aceite particulares y “seis harineros de yvierno que muelen con las aguas llovedizas”. Muy posiblemente este molino de gravedad de San Caín sea uno de esos seis de los que se habla en dicho Interrogatorio.
Y si ya me parecía una maravilla en nombre de Molino de San Caín, más bonito me pareció aún el nombre de la finca en la que se encuentra según el registro catastral. Esta parcela recibe el poético nombre de Campanas de París, quizá una de las denominaciones más líricas y evocadoras de la zona.
Hoy solo os quería enseñar, Al Detalle, este precioso vestigio de nuestro pasado con la promesa de volver para intentar descubrir su interior en una época del año que sea más propicia.